
asesinados en enero de 1977 por pistoleros fascistas (Plaza Antón Martín, Madrid)
Los movimientos de extrema derecha y el neofascismo han crecido mucho en los distintos países y sociedades europeas. Se proponen la desestabilización del sistema democrático a través de una estrategia de “ultranacionalismo e identitarismo, soberanismo y crítica al multilateralismo, condena de la inmigración e islamofobia, la defensa de un Estado de bienestar chovinista que vale para los que son como yo y no para otros” (J. Amat).
Es, en definitiva, un ataque a los derechos sociales, políticos y a las libertades, y a la igualdad, sobre todo a la igualdad de género y los derechos LGTBIQ+, a la integración de las minorías y a la respuesta a la emergencia climática, así como a las políticas de transformación en todos esos ámbitos y, especialmente, en la configuración del actual Estado de derecho.
Podemos abordar esa estrategia, que se extiende más allá del Estado español, a través de algunos aspectos sustantivos (véase):
- La extrema derecha ataca la institucionalidad democrática y su estrategia propone socavar la separación de poderes, silenciar a la oposición y fomentar los bulos y las mentiras usando una miríada de pseudoperiodistas debilitando todas las instancias científicas, académicas y culturales (el modelo de Trump y la precarización de las universidades públicas frente a las privadas -modelo Ayuso-). La censura de opiniones y manifestaciones culturales son un interés de las derechas.
- El ataque a las políticas públicas y el refuerzo a la privatización de los servicios sociales, así como la reducción de los derechos laborales. En definitiva, un ataque al estado del bienestar que prolonga los efectos de las políticas neoliberales.
- El empuje nacionalista e identitario es entendido como lo que ellos consideran «natural, tradicional y de sentido común”, adecuado a unos parámetros del carácter nacional basados en mitos y en un falseamiento de la historia (por ejemplo, la forma de hablar de “reconquista”), acordes con la normatividad religiosa, sexual y de género. Estas concepciones son claramente divisivas y atentan contra la convivencia en una sociedad diversa.
- La lucha de las mujeres por la igualdad y el feminismo se considera una amenaza al “orden natural”, que es para ellos el orden de los privilegios masculinos y de la misoginia, al igual que los derechos de la diversidad sexual y de género. Es decir, su modelo es la familia natalista y jerárquica. Niegan la existencia de la violencia de género, la minimizan considerándola únicamente “intrafamiliar” o, sencillamente, la equiparan a la violencia contra los hombres. Pretender hacer tambalear algunos derechos ya conquistados.
- El miedo a la invasión de la inmigración y su equiparación a criminalidad es uno de los ejes principales como generadores de odio en la población. Todo bajo la terrible teoría del “gran reemplazo” de la población originalmente autóctona por los inmigrantes. Algunas voces de la derecha extrema y de la extrema derecha, plantean, incluso, el uso del ejército para frenar la inmigración. Su locura militarista no tiene límites (Trump y otros autócratas son su modelo), tanto contra la inmigración como en el rearme militar.
- Promueve el odio como hábito político (Peñamarín). Desde las ideas neoliberales consideran la justicia social y las ideas de izquierda como tiránicas, , opuestas al “orden natural” e, incluso, se considera a la izquierda como peligrosa para la humanidad e “inhumana” (Ayuso). La reiteración de insultos y vejaciones buscan la deshumanización de las personas, que como son representantes de un régimen tiránico y dictatorial se merecen todo tipo de ataques (a sedes de partidos y organizaciones progresistas, a periodistas, a menores inmigrantes…). No hay debate democrático, sino diversos tipos de violencia.
- El culto a la acción por la acción –“la vida se vive para la lucha”-, que dicta que la acción tiene valor en sí misma y debe emprenderse sin reflexión intelectual. Esto, dice Umberto Eco, está relacionado con el antiintelectualismo y el irracionalismo, y a menudo se manifiesta en ataques a la cultura y la ciencia modernas. Todo el mundo es educado para convertirse en héroe y ese papel lo cumplen los “escuadristas” de diverso tipo (grupos como Desocupa y otros).
Hay un debate en torno a la comparación de la extrema derecha actual y la situación en época de la república de Weimar, previa al nazismo en Alemania o el fascismo de Mussolini. La comparación entre esas épocas y el neofascismo actual no debe considerarse como una predicción de que la historia se repetirá exactamente. Más bien, es un recordatorio de que ciertas condiciones crean un caldo de cultivo para movimientos que prometen soluciones simples a problemas complejos, alejados de los principios democráticos. La historia del nazismo y del fascismo italiano nos enseñan a estar vigilantes ante las señales de advertencia, incluso si se presentan en un envoltorio diferente, de un plan de destrucción del estado de derecho y de la institucionalidad democrática. Son procesos ya iniciados, en diverso grado en algunos países europeos y muy especialmente en grandes como Rusia, EEUU, China y varios más.
Las fuerzas progresistas deben enfrentar con firmeza esos avances neofascistas reforzando la democracia y los derechos sociales, políticos y de género de la inmensa mayoría de la ciudadanía.