Una respuesta justa y humanitaria para las personas que pernoctan en Barajas

En los últimos meses venimos asistiendo al progresivo deterioro y abandono de la situación de las personas en situación de sinhogarismo que pernoctan en las instalaciones del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas.

Los datos, propios y ajenos, coinciden en que en torno a 400 personas se encuentran varadas en dicho espacio, víctimas de un limbo legal y competencial que no aclara quiénes son los responsables de la atención social a todas estas personas que han acabado en el aeropuerto después de múltiples recorridos vitales, con un punto común: un sistema social y económico que expulsa y margina a un cada vez mayor número de sus participantes.

Vemos además con preocupación cómo se viene transmitiendo una imagen caótica de la situación en el aeropuerto, alimentada por determinados discursos mediáticos plagados de prejuicios, malentendidos y altas dosis de aporofobia y desinformación. Creemos que la puesta en marcha de estos discursos tiene una intencionalidad clara, en busca de un desalojo masivo y sin alternativas para las personas que allí sobreviven.

Desde las entidades firmantes no podemos negar que la presencia de un número ciertamente elevado de personas en esta situación genera problemas y conflictos de convivencia. Principalmente para las personas que se ven obligadas a vivir en circunstancias y de formas que ninguno de nosotros aceptaríamos como dignas. Una situación que debe resolverse cuanto antes y de la mejor manera posible.

Por ello desde las entidades firmantes exigimos soluciones justas y humanitarias para todas las personas afectadas por la situación que se está viviendo en las instalaciones del aeropuerto, apoyándose en los principios expresados en la Carta Social Europea, ratificada por España en junio de 2021 y en consonancia con las políticas comprometidas en la Estrategia Nacional de Lucha contra el Sinhogarismo en la que se enuncian los marcos de cooperación y el reparto competencial para la atención a personas en situación de sinhogarismo y las vías prioritarias de actuación.

Entre otras actuaciones urgentes se debería poner en marcha una mesa de coordinación entre las tres administraciones implicadas (Estado, Comunidad de Madrid y Ayuntamiento de Madrid) además de los ayuntamientos de Alcobendas, San Sebastián de los Reyes y Paracuellos del Jarama, donde se acuerde de manera inmediata y urgente la puesta en marcha de recursos suficientes para el realojo y el inicio de procesos de mejora personal e inclusión social de todas las personas afectadas por la situación de exclusión social extrema, que sobreviven en las instalaciones.

Nadie vive en el aeropuerto porque quiere, porque le resulte cómodo o porque entre dentro de sus planes vitales. Las personas que allí viven y duermen lo hacen porque no les queda más remedio, porque no tienen mejor alternativa. Porque ante la crisis residencial actual y ante la insuficiencia de las políticas públicas de protección social, vivir en la calle o en alojamientos de fortuna es una consecuencia cada vez más habitual.

Desde las entidades firmantes ofrecemos para ello nuestras capacidades, medios y voluntarios para realizar las necesarias tareas de mediación y acercamiento entre los diversos colectivos de personas afectadas por la situación. Desde las personas que allí viven, hasta las personas trabajadoras que cada día ven con desazón cómo se enquista una situación por nadie deseada.


Acción en Red, Fundación Acogida, Acrescere, Asociación pasión por el hombre – Bocatas, Asociación Bokatas, Comunidad de Sant’Egidio, Dragones de Lavapiés, EAPN España, Granito a Granito, Hogar Mambré, Parroquia Jesús y María, Asociación Los Chicos de Jose y Leo, Plaza Solidaria, Asociación Realidades, Asociación San Ricardo Pampuri, Proyecto Séforis, Solidarios para el desarrollo, Asociación Zaqueo

Nadie vive en la calle (ni en un aeropuerto) porque quiere (parte 1)

Durante las últimas semanas se ha hablado y escrito mucho sobre la situación de sinhogarismo que se vive en los aeropuertos españoles. El incremento de personas que pernoctan en el aeropuerto de Barajas, así como el supuesto desalojo que han sufrido las que se encontraban en el aeropuerto del Prat, ha hecho que una situación normalmente invisibilizada, la de miles de personas que no pueden construir un hogar por ellas mismas, haya aparecido en la conversación pública de manera inusual. Se han pronunciado trabajadores y sindicatos de los aeropuertos, representantes de las administraciones y trabajadores del ámbito social, académicos, varias ONG y numerosos medios de comunicación han ofrecido cobertura del asunto, hasta llegar al punto de convertirse en una cuestión de rifirrafe político entre el alcalde de Madrid y el delegado del gobierno en la región.

Como entidad con una amplia experiencia de más de 25 años en el acompañamiento y sensibilización acerca de la situación sin hogar queremos aportar nuestro punto de vista, conociendo de primera mano la dificultad para abordar una circunstancia de este tipo en la que hay muy pocas certezas a la hora de encontrar una solución.

En primer lugar, en nuestra opinión, se debe partir de una premisa: el sinhogarismo es un fracaso colectivo que implica a todos los actores de una sociedad. Las personas que lo sufren han sido expulsadas del sistema colectivo a través de un proceso de exclusión que tiene múltiples causas. Las decisiones individuales son sólo un factor más entre muchos otros de tipo estructural (económicos, sociales, políticos…), por lo tanto no se puede responsabilizar únicamente a ellas de su situación. Además, hay que añadir que nadie está en la calle porque quiere, el mito de que algunas personas eligen vivir en esa situación se desmonta desde la comprensión de que es un falso dilema: la mayoría de las veces no se les ha ofrecido una alternativa digna, a lo que hay que añadir la dificultad de la pérdida de confianza en el sistema (y en uno mismo) para aceptarla.

Por lo expuesto anteriormente, cualquier abordaje de esta realidad que tenga realmente intención de ofrecer una solución digna y a largo plazo, debe poner en el centro a las personas que viven ese dramático momento, teniéndolas en cuenta y garantizando sus derechos y que se cubran sus necesidades. En definitiva, haciéndoles sentir como lo que son, personas que son valor en sí mismas (como todas las demás) y que importan al resto. Ese es el primer paso para recuperar su pertenencia social. Para hacer este ejercicio de comprensión ayuda entender que los aeropuertos y las estaciones han sido tradicionalmente lugares de refugio, tanto por sus condiciones climáticas como de protección física y anonimato que ofrecen.

Es preocupante que un primer momento no se haya adoptado este enfoque y se haya utilizado un tono alarmista tanto en el manejo de las cifras como en presentando el problema como una cuestión de seguridad. Para ello se han citado informes de sindicatos de AENA/ENAIRE sin contexto, fuentes policiales sin aportar más datos, así como declaraciones de trabajadores y de las propias personas afectadas basadas en sus percepciones subjetivas.

Introduciendo un poco de contexto, los datos de atención por parte de los equipos municipales en 2024 para el distrito de Barajas muestran una media 70 personas de un total de 1200 personas para todo el municipio. Sin duda esas cifras no son exactas y subestiman el total de personas, que además se ha ido incrementando paulatinamente a lo largo del año, pero hay que cuestionar la cifra de 500 personas que se ha repetido en numerosas ocasiones si no está apoyada por una evidencia más concluyente. Que no se esté dando la posibilidad a los profesionales municipales ni las entidades que trabajan día a día sobre el terreno, y que hacen mediciones cualitativas y cuantitativas, de implicarse de una manera más efectiva, impide un mejor conocimiento de la realidad.

Con relación a esto, por un lado, cuesta bastante creer que entre esas personas no haya ni un solo solicitante de asilo (o que todos se encuentran en otras dependencias aislados), como indica la versión de la delegación del gobierno, y por otro, parece que la cifra de únicamente 71 personas en situación sin hogar que ofrece el ayuntamiento se queda bastante corta. El primer paso para encontrar una solución a cualquier problemática es conocerla adecuadamente y, como tantas veces se ve en este ámbito, se está produciendo una evidente falta de información precisa.

También habría que señalar lo que podríamos llamar el enfoque delictivo, esto es, destacar los incidentes conflictivos que se han producido, elevándolos a la categoría de norma y presentando únicamente declaraciones subjetivas que ofrecen un mismo punto de vista. Esto hace que se generalice una sensación de inseguridad que únicamente contribuye a la criminalización de todas las personas en situación sin hogar y ahonda en el estigma construido socialmente durante años, que no tiene ningún fundamento probado. Los pocos estudios, como el de la Cátedra Contra el estigma, que hay al respecto indican lo contrario.

No quiere decir que no se hayan producido ni se vayan a producir situaciones conflictivas. El hacinamiento, la tensión y la agrupación de personas de distinta índole son factores que sin duda pueden generarlas, como sucedería en cualquier otro terreno. Se trata de abordar estos conflictos desde la empatía, desde la comprensión a unas personas que está sufriendo un momento realmente duro, probablemente el más duro al que cualquiera nos podríamos enfrentar, y ponernos verdaderamente en su lugar, pensando como actuaríamos nosotros en una situación así de difícil.

Los estudios citados anteriormente indican que, lejos de provocarla, las personas en situación sin hogar sufren mucho más la violencia que las que tienen una vida “normalizada”. Las entidades y trabajadores municipales que acuden al aeropuerto han constatado el hostigamiento y violencia hacia estas personas, convirtiéndose su trabajo  casi en una labor de mediación entre ellas y AENA. Esto es algo que no podemos permitir. Por supuesto que hay que comprender a los trabajadores, tanto del aeropuerto como de los servicios municipales, ya que es difícil realizar cualquier labor en esas condiciones de tensión que surgen de una circunstancia que no se debería estar produciendo. Pero también hay que pedirles comprensión y no se puede justificar desde el punto de vista de la seguridad actitudes violentas o de aporofobia. Por lo tanto hay que exigir a AENA que, mientras se encuentra una solución adecuada, trate a las personas con la dignidad y sensibilidad que todos merecemos.

Para concluir el planteamiento de la situación hay que ofrecer una nota positiva. En los últimos días, el enfoque tanto de los medios como de los demás actores implicados parece estar empezando a ir en la línea planteada. Es de agradecer y es el primer paso en la construcción de una solución duradera.

Una mirada sobre lo invisible. Proyecto de voluntariado con personas en situación sin hogar

  Nahir Subelzú

                                                                               Activista y voluntaria en Acción en Red Madrid

El pasado 24 de octubre se conmemoraba el Día Mundial de las Personas Sin Hogar con la finalidad de concienciar sobre la situación de un colectivo tan vulnerable como olvidado. En el marco de esta celebración, el Ayuntamiento de Madrid lanzó la primera campaña de sensibilización sobre este problema que atañe a toda la sociedad. Sí, lo que lees, la PRIMERA campaña de sensibilización sobre el sinhogarismo.

La exclusión social es una situación por la cual las personas se ven fuera de la vida comunitaria, económica y cultural de la sociedad a la que pertenecen. Las personas en situación de sinhogarismo son el ejemplo más extremo de la exclusión.

Que en el año 2024 se haya conseguido por vez primera lanzar una campaña tan necesaria, nos habla del olvido y la indiferencia con que la sociedad en general trata a estas personas.

Vivir en la calle estigmatiza: La percepción social que hay sobre las personas sin hogar suele responder a estereotipos y prejuicios.

Las personas que viven en estricta situación de calle sufren una soledad total. Resulta paradójico que aquellos que están las veinticuatro horas del día expuestos a los ojos del viandante, estén tan completamente aislados del resto de la población. Por norma general, solo se relacionan con otras personas en su misma situación o con trabajadores de las instituciones: policía, personal de limpieza, trabajadores sociales, personal médico, etc. La sociedad los considera extraños, ajenos, siempre son “los otros” y sin embargo podríamos ser cualquiera de nosotros si tuviésemos que atravesar por sus mismos procesos vitales y sus circunstancias. Su situación no es más que el resultado de una serie de eventos, la mayoría de las veces azarosos, de dinámicas sociales desfavorecedoras y del abandono por parte del sistema y las instituciones.

Las personas que viven en situación de sinhogarismo no son como la gente cree. Sus vidas están siempre atravesadas por el estigma y los prejuicios. El estigma hacia ellas está presente en nuestra sociedad a través de numerosas actitudes individuales como son la invisibilización, el deseo de distancia o el uso de un vocabulario despectivo para nombrarlas, pero también se manifiesta en una esfera más comunitaria a través de un trato discriminatorio en medios de comunicación o en la falta de estudios o datos estadísticos de calidad que permitan calibrar el problema y avanzar en la búsqueda de soluciones eficaces.

Deberíamos tener claro que cuando hablamos de personas en situación de calle hablamos de individuos; son individuos con circunstancias muy diversas que sin embargo suelen ser considerados como un todo: el colectivo de las personas sin hogar, sin tener en cuenta las enormes diferencias que existen entre unas y otras: edad, género, procedencia, nivel de estudios, problemas de salud, situación laboral, aspiraciones, necesidades, gustos personales y un largo etcétera. Sucede entonces que cuando colectivizamos y simplificamos haciendo referencia a ellas como si de un grupo homogéneo se tratase, lo que provocamos es la invisibilización, la infantilización y banalización de una de las situaciones más duras a las que puede enfrentarse el ser humano.

Una problemática compleja que requiere de soluciones adaptadas a la individualidad

Las causas por las que una persona puede verse en situación de calle son diversas y complejas, y abarcan una amplia serie de factores:

Factores estructurales: dificultades de acceso a la vivienda o pérdida de la misma, situación económica del país, desempleo, etc.

Factores institucionales: ausencia de coordinación en las políticas públicas, ayuda pública deficiente, etc.

Factores relacionales/sociales: ruptura de la red social, separación de su comunidad habitual, una sociedad excluyente, etc.

Y factores personales: mala situación familiar, adicciones, enfermedades mentales o físicas, etc.

A cada uno de los factores anteriormente expuestos les llamamos “sucesos vitales estresantes”. Los estudios indican que las personas en situación de calle han sufrido tres o cuatro de estos sucesos en periodos cortos de tiempo: uno o dos años. Esto supone que en muchas ocasiones las personas no han sido capaces de recuperarse de un golpe cuando ya tienen que enfrentarse a otro, y a otro… Otro dato esclarecedor y a la vez preocupante es que el 50% había sufrido hasta cuatro sucesos vitales estresantes en la infancia, y que muchas veces estos sucesos están relacionados a la violencia y los abusos.

La complejidad y diversidad de situaciones requiere que las administraciones hayan tenido que ir adaptando su trabajo para poder abordar la búsqueda de soluciones enfocándose en las personas y sus individualidades. En la actualidad, desde el Departamento de Prevención del Sinhogarismo y Atención a las Personas sin Hogar del Ayuntamiento de Madrid se trabaja en ese sentido y, aunque los recursos son insuficientes, se ha desarrollado un plan de actuación, “Estrategia Dignitas”, y se han ido consiguiendo algunos logros. La campaña de sensibilización con la que iniciaba este artículo es prueba de ello.

Vivir en la calle: Exposición a la violencia y pérdida de derechos

Por si tener que vivir en la calle fuera poco, por si no bastara con vivir sin ninguna intimidad, a la vista de todos, sin los más mínimos recursos necesarios para una vida digna y sufriendo la invisibilización y el estigma, vivir en la calle supone una exposición constante a la violencia.

El 47% de las personas en situación de sinhogarismo han sufrido algún delito de odio en la calle. Dichos episodios suelen suceder por la noche y en los lugares donde duermen. Este porcentaje sube hasta un 60% en el caso de las mujeres y en su caso, además, muchos de esos delitos son agresiones sexuales y violaciones.

Por otro lado, es necesario destacar que casi el 90% de estos delitos no se denuncian, ya sea por miedo a represalias o por pérdida de confianza en el sistema. Y un dato aún más espeluznante, que debería hacernos reflexionar como sociedad, es que en el 70% de los casos en que una persona que vive en calle es agredida, los testigos no intervienen.

Nunca podemos perder de vista que, por regla general, las personas sin hogar solo han recibido violencia y desprecio en múltiples formas. Viven con miedo al rechazo y al fracaso y esto les hace especialmente vulnerables.

A todo ello hay que añadir la pérdida de derechos, desde los más básicos como el derecho a la intimidad, a la vivienda, a la educación o la salud hasta el derecho al voto, a las prestaciones sociales o a las ayudas económicas que en muchos casos por desconocimiento, por falta de asesoramiento o ayuda para obtener la documentación necesaria, resultan inaccesibles para todas estas personas. Sin dejar de considerar, por supuesto, que la financiación destinada a la solución de esta problemática siempre queda por debajo de lo necesario.

 

Vivir en la calle supone un deterioro importante en la salud física y mental

Cuando decimos que la calle mata no es una exageración, es la constatación de una cruda realidad que pasa delante de nuestros ojos y que rara vez percibimos. La esperanza de vida para las personas sin hogar puede reducirse entre 20 y 30 años, según diferentes estudios. Asimismo los datos nos dicen que el 30% de las personas en situación de calle sufren enfermedades graves, que el 31% ha intentado suicidarse en alguna ocasión y que en el caso de las mujeres ese porcentaje asciende al 49%.

La prevalencia de problemas de salud mental en la población normalizada asciende al 15%. En el caso de las personas sin hogar sube hasta un 67%. Y es que cuando la trayectoria en calle se extiende en el tiempo, las probabilidades de desarrollar algún tipo de enfermedad mental se multiplican. A su vez, las personas con algún problema de salud mental tienen más probabilidades de llegar a una situación de pobreza y exclusión social.

Algunos datos para combatir los prejuicios

Llegados a este punto, consideramos que es imprescindible abordar como sociedad la lucha contra los prejuicios y el estigma. Superar esos prejuicios ayudará a visibilizar el problema y a darle la importancia que merece. Solo haciéndonos todos y todas conscientes de que las personas sin hogar son, simplemente, PERSONAS, estaremos preparados para luchar por sus derechos. Y como la mejor manera de combatir los prejuicios es con datos, aquí dejamos algunos muy reveladores:

  • El 86% de las personas que viven en situación de sinhogarismo no consume alcohol o lo hace de forma moderada.
  • El 62% nunca ha consumido drogas
  • El 15% tiene estudios superiores
  • El 31% trabaja, pero no puede acceder a una vivienda

¿Pero es verdad que hay quienes quieren vivir en la calle?

La respuesta es un NO rotundo. Nadie vive en la calle por decisión propia. Cierto es que hay quienes rechazan la oferta de un recurso, pero es que a veces las circunstancias son más complejas de lo que desde afuera pensamos. Hay muchas razones por las cuales alguien que vive en situación de calle puede rechazar una solución habitacional:

  • Porque no son espacios íntimos donde poder disfrutar de una vida “normal”.
  • En muchos casos sólo ofrecen un lugar donde dormir en dormitorios colectivos.
  • Porque la mayoría no permiten el acceso con animales.
  • Segregan por sexo, por lo que no puedes dormir con tu pareja o un familiar.
  • Hay que adaptarse a un reglamento y unos horarios, a veces muy estrictos.
  • Suelen estar alejados del centro por lo que es más complicado acceder a ellos para hacer el resto de tu vida.

Programa de voluntariado contra la exclusión social de Acción en Red Madrid

El grupo de lucha contra la exclusión social de Acción en Red trabajamos en el acompañamiento y atención a personas en situación de calle, en la zona centro de la ciudad de Madrid, desde hace más de 25 años. El programa de voluntariado exige una formación constante que consideramos imprescindible para conocer la situación, los recursos, los estudios y las experiencias de otras entidades afines. Este conocimiento nos permite evaluar nuestro trabajo, adaptarnos a las necesidades, adecuar nuestra actuación a los protocolos de las instituciones e implementar continuamente planes de mejora.

Nuestra intervención consiste en dos ejes: las rutas (eje principal) y el programa Recrea.

La experiencia y los datos obtenidos en estas dos actividades, especialmente en las rutas, se vuelcan después en los grupos de trabajo organizados desde el Departamento de Prevención del Sinhogarismo y Atención a las Personas sin Hogar en los que nos integramos con otras entidades y en los que participamos activamente.

No salvamos vidas, no está en nuestras manos. Y tampoco hacemos caridad.

El objetivo de las rutas es principalmente acercarnos a las personas que viven en situación de calle y hablar con ellas, sobre todo escuchar activamente y compartir un rato como lo haríamos con cualquier otro vecino con el que nos encontráramos una mañana de camino al mercado, construir un vínculo que rompa la separación entre el “ellos” y el “nosotros”.

El acercamiento es siempre de forma horizontal. No repartimos comida ni abrigo. Es verdad que ofrecemos un café o una taza de caldo, pero no es un fin en sí mismo, sino una mera herramienta de acercamiento amable. No hacemos rutas para salvar la vida a nadie, no tenemos esa capacidad y creerlo solo conduciría a la frustración.

Escuchar con la mente abierta y sin hacer juicios de valor, ni pasarlo por el filtro de nuestras vidas normalizadas es importante para las personas a las que acompañamos y también para nuestro propio cuidado.

Enfocamos el voluntariado desde la humildad y la consciencia de que salimos a la calle principalmente para que las personas a las que acompañamos, durante un rato, se sientan vistas y escuchadas. Conseguirlo, ya es un logro en sí mismo, porque, como decíamos anteriormente, las personas sin hogar, en su mayoría, sólo se relacionan con otras personas sin hogar, y esa falta de contacto con el resto de la población las excluye aún más. Es en estos aspectos donde cobran importancia los cuidados como sociedad: en cómo tratamos a los eslabones más débiles.

Además, como añadido, complementamos este enfoque intentando ayudar de forma práctica: facilitando información acerca de los servicios del Ayuntamiento, explicando cómo y a qué distintos recursos se puede acceder o con quién se debe contactar para ello.

A veces nuestro trabajo no da frutos más allá de ofrecer un rato de compañía y conversación, que ya es mucho, pues las personas lo agradecen especialmente. Otras veces nuestra labor sirve de enlace para que las personas en situación de calle confíen en los equipos de la red municipal y accedan a un acercamiento a las instituciones. Es un primer paso muy importante en la búsqueda de soluciones a cada caso y es para nosotras una gran satisfacción cuando conseguimos, a través de nuestra actuación, alguna mejora en la vida de estas personas. Ofrecemos además información actualizada y constante a las instituciones y estamos en permanente contacto haciendo seguimiento de los casos más vulnerables.

El programa RECREA es la otra vertiente de este voluntariado. Se trata de un proyecto más joven y con mucho camino por delante que llevamos a cabo con otras entidades: Solidarios para el Desarrollo. Es una propuesta que reivindica la necesidad de las personas de acceder a un ocio de calidad, dándole a este la importancia que tiene y utilizándolo como herramienta de inclusión.

Porque el ocio compartido es una de las mejores maneras de socializar y relacionarnos. Poder disfrutar del ocio en un espacio normalizado, asistir al teatro, a una visita guiada, a un museo, a un concierto, dignifica, empodera y favorece la integración. Es un proyecto dirigido, en principio, a personas que están en recursos de la red de atención. Un grupo habitual de voluntarios y de usuarios de la red se reúnen una o dos veces al mes para compartir una actividad previamente acordada, como un grupo de amigos que quedan para disfrutar juntos, sin más, sin distinciones entre voluntarios y usuarios de la red.

Mi nombre es Nahir y llegué al grupo de lucha contra la exclusión de Acción en Red hace ya algunos años. Venía cargada de buenas intenciones y con ganas de aportar algo positivo a la sociedad en la que vivo, pero también llena de ideas preconcebidas y prejuicios, porque, seamos sinceros, nadie está libre de prejuicios. En la lucha por erradicarlos, de mí misma y de la comunidad a la que pertenezco, sigo intentando profundizar. En estos años, gracias a mis compañeras de equipo, he aprendido a mirar a la ciudad con otros ojos. He comprendido que la lucha por los derechos de las personas es la única herramienta que nos permitirá crear una sociedad más justa y que esta nunca será posible si dejamos a nuestros semejantes atrás. Porque una persona en situación sin hogar es una PERSONA. Igual que yo. Igual que tú.


Agradecimientos: Marian Bardal y Pablo Javalones que colaboraron activamente en la documentación y elaboración de este artículo. A todas las voluntarias y voluntarios del colectivo contra la exclusión social de Acción en Red Madrid por su incansable labor y su entrega infinita.

Nadie debe morir en la calle

Vivir en la calle es una de las experiencias más duras y traumáticas a las que una persona puede enfrentarse.

Supone carecer de intimidad, de seguridad y de un espacio propio en el que descansar o custodiar los bienes materiales y emocionales de cada uno. 

Implica desarrollar tu vida completamente a merced de los imprevistos. Tu día depende del calor o el frío que haga. Tu alimentación, de la buena voluntad de los vecinos, de lo cerca o lejos que quede un comedor social y de si hay plaza o no para ese día. Dormir es una aventura condicionada por la lluvia, por los eventos más o menos multitudinarios que organice la ciudad, por el humor de los que salen de fiesta o la consideración y la ideología del concejal o responsable político del momento.

Es fácil comprender por qué NADIE VIVE EN LA CALLE PORQUE QUIERE.

Porque vivir en la calle, además, deteriora la salud, la física y la mental, de forma acelerada. Porque las personas en situación de sinhogarismo viven de media 20 años menos que el resto de sus vecinos y vecinas. 

Porque LA CALLE MATA. No mata el frío, no mata el calor. MATA LA CALLE. Y si nadie debe vivir en la calle, NADIE DEBE MORIR EN LA CALLE.

Cada muerte de una persona provocada de forma directa o indirecta por su situación de calle es un fracaso de todos. A muchos niveles.

A nivel político. Porque son las y los políticos los responsables de impulsar y financiar las políticas y proyectos necesarios para acabar con el sinhogarismo. Empezando por combatir sus causas, demasiado enraizadas en las dinámicas y estructuras sociales.

Un fracaso institucional. Porque son las instituciones y servicios públicos los que han de desplegar modelos de atención que les sean realmente útiles a quienes más los necesitan, que suelen ser los más alejados de los servicios de atención. A pesar de sus esfuerzos. A pesar del compromiso de sus profesionales. 

Un doloroso fracaso para nosotras, las entidades de voluntariado que vemos como algunas de aquellas personas con las que tratamos diariamente se deterioran paulatinamente, sin que seamos capaces de encontrar un camino que motive el cambio necesario para una mejora. 

Y finalmente es un fracaso de toda la ciudadanía. De los vecinos y vecinas que miran para otro lado ante situaciones como las descritas. De aquellos que culpan a las personas sin hogar de su situación, sin conocer las circunstancias de cada persona, sin comprender las causas últimas que abocan a algunas personas a malvivir su vida en las peores circunstancias. Vidas invisibles a la vista de todos. 

Hoy estamos aquí para recordar a Mamadou, un joven sin hogar que falleció el pasado 12 enero en Madrid, en esta misma plaza. Víctima anónima de una ciudad cada día más inhumana y acelerada. 

Queremos hablar de él, decir su nombre, homenajearle, porque nada hay más injusto que una muerte invisible, olvidada incluso antes de producirse. Porque más allá de sus errores, de sus fracasos, de sus buenas o malas decisiones, Mamadou no merecía morir en la calle, sin recuerdos, sin despedidas. 

Como no lo merece ninguna de las personas que cada año fallece en la calle o como consecuencia de verse abocada a vivir en ella.

El primer paso para evitar estas situaciones es hacerlas visibles, hablar de ellas. Sentirlas como propias. Por eso hoy queremos hacer un llamamiento a los poderes públicos, a los servicios de atención, a nuestros vecinos y vecinas para que esta sea la última muerte que tengamos que recordar en la calle. Para que el nombre de Mamadou sea el último de la larga lista de fracasos que tanto daño nos hacen.

Para que el futuro sea que NADIE SIN HOGAR, no sea un lema, sino una realidad.


FIRMADO

Acción en Red Madrid ~ Bokatas ~ Casa Solidaria ~ Connect Madrid ~ Granito a Granito ~ Plaza Solidaria ~ Solidarios para el Desarrollo ~ Tus Castillos en el Aire