Embalses casi vacíos: otra vez la escasez de agua

Artículo de Francisco Castejón publicado en la revista Berrituz.

La situación del agua en España y en el mundo, en gráficos. Datos actualizados el 27 de julio de 2022

1.- La sequía y las procesiones

Siempre que nos enfrentamos a escasez de agua y a embalses casi vacíos, recuerdo una anécdota que cuenta Buñuel en sus memorias. En la infancia de Buñuel, el país se enfrentaba a una intensa sequía y ni una triste nube aparecía en el cielo para alimentar las esperanzas de lluvia. Así pasó el tiempo hasta que un día amaneció nublado y todo indicaba que iba a llover abundantemente. Los curas de la iglesia de Calanda, el pueblo de Buñue, situado en el bajo Aragón, quisieron aprovechar esta circunstancia para aumentar la fe de sus parroquianos y sacaron a la Virgen en procesión para que favoreciera la lluvia. Pero fue sacar a la Virgen y todas las nubes que cubrían el cielo se disiparon y se alejó la promesa del agua. Los vecinos de Calanda se enfadaron mucho y tiraron a la Virgen al río Guadalope.

En estos momentos, nos enfrentamos a una nueva sequía y nos encontramos con una nueva escasez de agua. Los embalses españoles están bajo mínimos cuando se escriben estas líneas, con un contenido menor que el 35% en promedio, que baja en algunos casos al 15% de su capacidad. No sería de extrañar que en muchos pueblos los santos hayan salido en procesión para reclamar el agua, al igual que ocurrió en Calanda.

Uno se pregunta una y otra vez cómo hemos llegado hasta aquí. Sabemos perfectamente que tenemos un clima mediterráneo en que las precipitaciones son irregulares y las sequías son cíclicas. Deberíamos acomodar nuestra política de aguas a esta realidad.

Por si esto fuera poco, aparece en escena el cambio climático, cuyos efectos ya son evidentes en el área mediterránea, y hace aumentar los fenómenos extremos como olas de calor a la par que hace disminuir las precipitaciones. Este verano se nos han mostrado muchos de los fenómenos que caracterizan al cambio climático: olas de calor que se encadenaban unas con otras y han generado un record de verano caliente; una sequía persistente que, junto con un consumo desmedido de agua, ha llevado nuestros embalses a una situación de escasez record; una serie catastrófica de incendios como resultado de la sequedad del monte, del calor y de una serie de factores endémicos. Además, hemos vuelto a asistirá a algunas precipitaciones de efectos catastróficos, como los granizos de enorme tamaño caídos en el noreste de la península, que han generado una muerta, heridos y altos costes económicos.

Según los expertos esto es un anticipo de lo que nos espera en años futuros, dadas las emisiones de gases de invernadero que tenemos hoy y de lo ya emitido a la atmósfera.  Estos sucesos que hemos vivido deberían constituir una llamada de atención a la sociedad en general y a la clase política en particular. Si no tomamos medidas pronto, esta situación se agravará. Y estas medidas consisten en la reducción drástica de emisiones de gases de invernadero, lo que implica realizar una transición energética, pero también cambios en el urbanismo, la construcción, la agricultura, el transporte, la dieta y muchos otros aspectos de nuestras vidas.

La disminución de precipitaciones hace aún más evidente que la solución a la escasez de agua pueda ser la construcción de más embalses, lo que los amantes del hormigón están deseando hacer, puesto que así podremos encontrarnos con más embalses medio vacíos, dada la reducción de los caudales de los ríos que nos trae el cambio climático. No es más sensato recurrir a la construcción de más embalses que sacar los santos en procesión para luchar contra la escasez de agua. Con la diferencia de que los impactos ambientales y sociales de echar más hormigón al territorio son inaceptables, sobre todo teniendo en cuenta que el volumen de embalses  de nuestro país es de lo más altos de Europa.

2.- El consumo de agua

Para solucionar los problemas de escasez, debemos alejarnos de un enfoque de oferta, que se ocupa  de ofrecer todo el agua que se pide, y gestionar la demanda de agua.

El principal consumidor de agua en 2019 en España fue la agricultura de regadío, con el 67% del total aproximadamente, seguido por la industria con el 19% y por el consumo doméstico más servicios con el 14%. Aunque estas cifras han variado en estos años, la estructura de consumo se mantiene más o menos constante. Parece claro que sobre todo hay que actuar sobre la agricultura y ganadería, pues parte de los regadíos se dedican a alimentar al ganado, para reducir el consumo.

Las sucesivas campañas públicas de ahorro de agua doméstica han tenido un éxito relativo y se ha conseguido que el consumo medio por persona disminuya a 133 litros por día en 2022, un 2,2% menos que en 2016. Este ahorro doméstico es muy valioso, aunque no suponga una reducción muy grande del consumo total, porque denota una interesante evolución de la sociedad, cada vez más preocupada por este problema. Para reducir aún más el consumo urbano se deberían además tomar medidas institucionales. Todavía nos encontramos con demasiadas pérdidas en las redes de distribución de las ciudades, con un 15% en promedio, que llega al 20% en algunos casos. Hemos visto también  como ha aumentado de forma insensata el número de piscinas de nuestro país: llegamos a una media de una piscina para cada 37 habitantes, que sube a una piscina para cada 17 habitantes en algunas zonas residenciales.

Es necesario además hacer mucha labor pedagógica para que la gente sea consciente de donde procede el problema: la extensión abusiva de la agricultura de regadío, una parte de la cual se dedica a alimentar al ganado para satisfacer nuestra dieta con composición creciente de carne.  Hay que repensar la relación con los regadíos y replantear nuestra producción agrícola. Sobre todo teniendo en cuenta la escasez de agua en nuestro país.

3.- ¿Satisfacer la demanda?

La aportación de aguas para el consumo en España procede aproximadamente en un 80% de las aguas superficiales, en un 19% de los acuíferos y en un 0,5% de la desalación.

La puesta en marcha de nuevos regadíos es una acción insostenible en un país con un clima como el nuestro. La puesta en riego de un terreno multiplica su valor y su productividad, pero no tenemos suficientes recursos para permitir esta extensión insensata del regadío. Se trata de una transferencia de recursos públicos al sector privado, en suma.

Es imprescindible ajustar la demanda a los recursos hídricos disponibles. No se deberían construir más embalses puesto que ya tenemos un gran porcentaje de ríos regulados, casi el 50% de los caudales. Los ríos no son solo una fuente del recurso agua, sino que juegan un papel muy importante en los ecosistemas, en la fertilización de sus cuencas, en el aporte de sedimentos al mar, dando lugar a la formación de playas y deltas, en los climas locales y en las culturas de los territorios, por lo que no parece sensato sacrificarlos plenamente para los regadíos. Además, los impactos ambientales y sociales de los embalses son enormes. Los embalses significan  el aumento del abandono del medio rural y el fin de los ríos naturales. Y, como hemos dicho, el cambio climático está reduciendo los caudales disponibles, por lo que la construcción de más embalses  solo haría que viéramos más embalses vacíos que no podrían llenarse al ritmo necesario para satisfacer la demanda.

La desalación tiene un desarrollo limitado por su elevado consumo de energía y por el impacto que tiene la emisión de salmuera al medio. Sus aportaciones son bienvenidas en algunos casos cerca del mar, pero no se puede considerar la solución que va a permitir la satisfacción sin límites de la demanda.

Los acuíferos son también un importante almacenamiento de agua que puede ser explotada mediante pozos allí donde no llegan los ríos. De nuevo, el problema aparece cuando se producen abusos y se tira de los acuíferos a un ritmo mayor del que se llenan, con lo que se van agotando de forma irremisible, con fuertes impactos ambientales. En España existen numerosos pozos ilegales que posibilitan la extracción de agua sin control. El ejemplo más claro de todo esto son los pozos ilegales cercanos a Doñana, con una detracción de aguas que pone en peligro los hábitats del propio parque.

4.- Una nueva cultura del agua

La introducción de nuevas reflexiones sobre el uso del agua en nuestro país ha venido de la mano del ecologismo y de la Fundación para la Nueva cultura del Agua. Demandas importantes y urgentes son el abandono de políticas con enfoque de oferta que tienden a realizar grandes obras públicas y a llenar de hormigón el territorio con el consiguiente impacto ambiental y el sufrimiento social. Asimismo desecha los trasvases entre cuencas como una forma de favorecer el desarrollo de unas zonas del país a costa de otras, con el problema añadido de que se modifica radicalmente los caudales de los ríos.

Se hace necesario ver los ríos como mucho más que un recurso económico, puesto que son ecosistemas vivos que no solo aportan riqueza a través de la satisfacción de la demanda de agua fundamentalmente para regadíos.

Feliz año 2022

 

Fig.: Acción reivindicativa del grupo Boa Mistura con la Plataforma Luz para la Cañada y con la Asociación de Mujeres Tabadol para conseguir1#LuzParaCañada.
Acción en Red Madrid queremos desearos un año 2022 con más justicia, más solidaridad, más derechos, menos desigualdades y exclusión, menos sinhogarismo, más pensamiento crítico, más luz (también para la Cañada Real), menos racismo, más pensiones justas, más feminismo y más inclusivo de la diversidad, con menos precariedad laboral, más ecología y consumo responsable, más cooperación, más sanidad y educación públicas de calidad…más abrazos, a ser posible en modo presencial.
Os deseamos lo mejor.
Aunque son tiempos oscuros, tenemos que seguir luchando.

Problemas de la transición energética

Artículo de Francisco Castejón publicado en Berrituz, nº 71


Dadme el poder y os daré una alternativa
Miren Etxezarreta

En numerosas zonas del territorio español se están produciendo protestas de grupos ecologistas frente al despliegue masivo de renovables por la forma en que este se produce. Se llega a pedir la moratoria de la construcción de nuevos parques con la consigna de “Renovables sí, pero no así”. Creo que hay que ser cuidadosos a la hora de adoptar estas posturas por los efectos negativos que conlleva retrasar el despliegue de renovables.

El último informe sobre el cambio climático emitido por el Grupo I del IPCC (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático) ha supuesto una importante llamada de atención sobre lo avanzados que están ya los efectos del calentamiento global. En resumen, se puede decir que la temperatura ha aumentado ya 1º respecto a la media entre 1890 y 1990 y que se multiplican los fenómenos extremos como inundaciones e incendios provocados por olas de calor. Asimismo se observa cómo se derrite el permafrost, se alcanzan temperaturas record en el Ártico o aumenta la acidificación de los mares. Y todos estos fenómenos correlacionan totalmente con las altas concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera emitidos por los humanos. Esta situación resulta alarmante, pero no ha sido suficiente para que los estados tomen las medidas necesarias, puesto que las políticas comprometidas por los países miembros de las COP garantizan que la temperatura ascenderá 2,7º a finales del siglo XXI. Recordemos que el IPCC recomienda no aumentar la temperatura más de 1,5º a finales de siglo, límite que se aceptó en el acuerdo de París. Pues bien, el aumento de la temperatura puede superar los 1,5º antes de 2030  y, si no se toman medidas, este aumento superará con creces los 3º a final de siglo. Significa esto que hay actuar urgentemente, que no hay tiempo que perder.

Cuando escribo estas líneas se va a inaugurar la cumbre COP25 de Glasgow, que es una nueva oportunidad para avanzar hacia compromisos concretos que permitan evitar estos aumentos de temperatura. Pero la situación mundial tras la pandemia, con todos los países deseosos de relanzar sus economías, no permite abrigar muchas esperanzas.

Ante el avance del cambio climático, la UE obligó a los estados miembros a presentar paquetes de medidas para reducir sus emisiones en el horizonte de 2030. El Gobierno de España ha presentado el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC). Además del PNIEC, el parlamento ha aprobado recientemente una Ley de Cambio Climático.

En este marco de urgencia, el PNIEC pone en marcha medidas para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero que afectan a todos los sectores contaminantes. Pero de entre todos ellos, dos son los que más emiten: el transporte y la generación de electricidad. Se trataría de electrificar el transporte, o de alimentarlo con hidrógeno u otros combustibles generados con energías renovables, y de modificar la estructura de generación eléctrica para basarla en las renovables y para que sea capaz de alimentar al transporte. En la actualidad, este último se basa en los derivados del petróleo en un 90%, por lo que nos enfrentamos a un desafío de primer orden: hay que modificar el transporte de carretera, de las ciudades, marítimo y el transporte aéreo, salvando las resistencias de quienes hoy hacen negocio con él y modificando la cultura de transportarnos que tenemos.

El PNIEC lanzado por el gobierno avanza en este sentido y planea que en 2030 el 40% de toda la energía consumida sea de origen renovable y que la neutralidad en carbono se alcance en 2050. Este plan avanza, por tanto, en la transformación del sector energético de nuestro país. Hay que prescindir de cuatro de las cinco grandes fuentes de energía que se consumían en los 80, petróleo, carbón, gas y nuclear, y sustituirlas por renovables al ritmo necesario para cumplir con el Acuerdo de París. El despliegue de renovables requiere, además, de una energía de respaldo lo suficientemente flexible para entrar en la red cuando no hay  suficiente potencia renovable disponible, o bien de un sistema de almacenamiento energético suficiente.

La opción española para transformar la generación eléctrica fue prescindir en primer lugar del fuel, dado su alto precio, en segundo lugar del carbón, por sus altas emisiones, y a continuación la nuclear (la última central parará en 2035) y el gas, que será la verdadera energía de respaldo de las renovables. La potencia renovable planeada para 2030 alcanza 122.677 MW, destacando la potencia eólica con 50.333 MW y la fotovoltaica con 39.181 MW. En 2020 la potencia renovable instalada ascendía a 57.374 MW, de los que la eólica suponía 28.033 MW y la fotovoltaica aportaba 9.071 MW. Es decir, la potencia renovable total y la eólica casi tienen que duplicarse de aquí a 2030 y la fotovoltaica instalada tiene que multiplicarse por más de 4. Y todo ello ha de suceder en una década para cumplir el poco ambicioso objetivo de llegar al 40% de energías renovables, lo que implica un rapidísimo crecimiento. De hecho, en 2019 se produjo el record de instalación de renovables, que alcanzó los 6.456 MW entre todas las tecnologías.

Más allá de la discusión pertinente sobre si se introducen suficientes medidas de ahorro,  eficiencia y reducción del consumo, es necesario desplegar renovables muy deprisa, si queremos reducir al ritmo necesario las emisiones de gases de invernadero. Los problemas aparecen cuando queremos efectuar esa transición en nuestro país, donde tenemos un sistema eléctrico dominado por cinco compañías, de las cuales tres son las predominantes (ENDESA, Iberdrola y Naturgy). Para ellos se trata de posicionarse con ventaja en el nuevo escenario de producción energética, sin dejar de hacer negocio con el sistema eléctrico actual. La capacidad del gobierno para pilotar esta transición es, paradójicamente, limitada. Por un lado está atado por la legislación europea, que le obliga a mantener el sistema liberalizado que se puso en marcha en el año 2000, por otro, no cuenta con el interesante mecanismo de poseer una empresa eléctrica pública saneada para influir sobre el sistema eléctrico. Este último factor podría repararse por la vía de que fuera el propio estado el que invirtiera en renovables y servicios energéticos.

La transición energética urgente solo puede hacerse desde dos flancos. Por una parte ha de ser impulsada por este sector eléctrico, y por otra parte por el impulso de pequeños inversores que pongan en marcha proyectos de autoconsumo o de generación a pequeña escala. Por cierto que la regulación es muy importante para facilitar el impulso de los pequeños inversores y también para poner en marcha mecanismos legales de control que puedan introducir algo de racionalidad en el despliegue masivo de renovables

Ambos impulsos caben, pero me temo que el impulso empresarial es mucho más potente en el sistema legal y económico que tenemos en la actualidad. El gobierno debería favorecer el crecimiento de la potencia instalada en medios ya humanizados como ciudades o polígonos industriales.  Pero esto no sería suficiente, en estas escalas de tiempo, para alcanzar los objetivos de instalación de renovables.
Por eso es imprescindible ese veloz despliegue de renovables. En mi opinión, cabe reclamar la planificación y que se respeten los lugares de cierto valor natural, pero no creo que sea una buena idea solicitar una moratoria que puede retardar demasiado el necesario despliegue. Se trata de ir sustituyendo tecnologías sucias por potencia renovable, para poder tener un sistema lo menos impactante posible y luchar contra el cambio climático con todas nuestras capacidades.

Sería deseable tener los medios políticos y económicos para realizar esta transición energética según nuestras criterios: descenso drástico del consumo energético usando máximas medidas de ahorro y eficiencia, potenciación al máximo del transporte público, despliegue de renovables en zonas humanizadas con tecnologías de generación distribuida, planificación de los lugares en que han de instalarse el resto de renovables,… Sin embargo no contamos con dichos medios.

El movimiento ecologista ha conseguido vencer todas las reticencias que existían sobre la capacidad técnica de las renovables para satisfacer la demanda y podemos ver que los precios de estas han bajado lo suficiente para competir ventajosamente con las energías sucias. Esta bajada de precios se ha producido gracias al mecanismo que defendimos, la puesta en acción de la llamada curva de aprendizaje: según se despliega una tecnología, su precio irá bajando pues cada vez se conseguirán los servicios de forma más eficiente. La disponibilidad de potencia renovable hace que los impactos de la producción de energía, en particular el cambio climático, se reduzcan sustancialmente. Si bien es verdad que siempre habrá efectos negativos: tendremos ocupación del territorio por los paneles solares, impacto paisajístico y de las pistas para trasladar los aerogeneradores, habrá también nuevas subestaciones para extraer la potencia. Sin embargo, estos impactos son mucho menos duros que los de las energías sucias. Por poner un ejemplo, un río como el Ebro tiene una central nuclear en su cabecera, ahora en desmantelamiento, seis centrales térmicas, dos reactores nucleares activos, y toda la industria petroquímica y de refino. El despliegue de aerogeneradores en esta zona tan ventosa permitirá la eliminación paulatina de estas instalaciones. Sin duda una ganancia.

Por otra parte, las renovables compiten bien con las energías tradicionales y permiten abaratar el precio del kWh. La transición energética favorecerá el control del precio de la electricidad. Si bien la energía es un bien escaso y no habría que esperar una bajada de precios en el futuro.

No podemos esperar a que se produzcan las deseables reformas del sistema energético español para desplegar las renovables. El cambio climático no nos da respiro ni la posibilidad de elaborar y poner en práctica un programa. Miren Etxezarreta, una economista alternativa, participó en una mesa sobre el capitalismo en las jornadas de Pensamiento Crítico. Preguntada sobre la puesta en marcha de sistemas económicos más humanos y al servicio de las personas, y sobre cómo se podría construir una alternativa,  dijo: “dadme el poder y os daré una alternativa”. En este caso estamos en una situación parecida: no tenemos el poder y ni siquiera el gobierno lo tiene del todo. Pero sí podemos influir, tal como llevamos décadas haciéndolo para que las cosas se hagan lo mejor posible. La alternativa no es del todo de nuestro gusto, pero supone un avance respecto a lo que hay.